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El canto de las sombras

¡OJOS ETERNOS!

Yo sería una estatua fría, sola, insensible con mi cuerpo de mármol; una diosa creada para estar entre plantas como el ídolo blanco de un jardín mahometado.

Yo no hubiera nacido, ni tendría una muerte si aquí huyendo a la bruma de mi seno vacío, si aquí hajo la nube de mi pálida frente;

dos serpientes de fuego no tuvieran, intrusas, su profundo peñasco. Si estos soles de anhelo no sondearan la nieve de mi sér lapidario.

Yo sería una estatua, un conjunto rocoso... Tomo, Dios, toda el alma, lleva tiempo mi vida, ¡mas dejadme los ojos!

«Quiero ser calavera y mirar todavía > la posible humareda de la tarde infinita.

Cuando quede en la cumbre de mi esfinge calcárea, la incansable mirada.

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