El canto de las sombras
Salvaré la corriente en la añeja piragua despertando en mi vuelo al azul camalote, y al llegar a los toldos, con mi rústica aljaba, fustigando a los brutos me uniré a los malones.
Yo seré el ¡reverteris! de esa vida salvaje. Cantaré yaravíes, seguiré a los venados, y en las abras del monte flecharé a los biguáes cuando empiecen las nubes a rondar el ocaso:
Tras el hálito leve de una pálida estrella, en las horas nocturnas buscaré a los carpinchos, y llamando a las tríbus prenderé las hogueras al alzar en los choques el primer alarido.
Con sollozos de ceibos y suspiros de palmas templaré mi doliente maracá, en los boscajes, y tendrá la cautiva, cual la hermosa sultana, la canción rumorosa de las arpas y el dátil.
Seré ignota del hombre, pero amada en natura. Me querrán aves vagas de plumajes extraños, y después, cuando caiga, para hacerme la tumba vendrán hojas y vientos persiguiendo mis rastros.
¡Evohé! tierra mía. En tus verdes lomadas ha surgido un recuerdo, ha quedado un charrúa. El espectro viviente de los mundos de talas, que se abraza a los bronces de la estirpe desnuda.
Una momia que quiere rebelarse a los siglos. Seculares ombúes, ¡evohé! muerta raza. Ya se escurre una boa sobre el polvo mordido, ya se yergue el cacique, ya se mueve la indiada.
Y yo soy una pobre peregrina terrena que soñando este sueño sin descanso camino. Un espíritu errante que nací en otras eras, una sombra lejana que otro tiempo ha vivido.