El canto de las sombras
En la tiniebla soberana huyendo de Orión al grupo, se levanta Sirio, como algún alma que al azar sufriendo fuera a llorar más lejos su martirio.
Y las estatuas lívidas, desiertas, que miran desde el pórtico sombrío, al hundirse en la luz, parecen muertas que aún conservaran sensación de frío.
Bajo el leve dosel de una palmera «donde ensayan sus vuelos los vampiros. yace un banco tan leve, cual si fuera hecho para el amor y los suspiros.
Allí cesa su marcha la carroza, y alguien advierte que en fatal mutismo mientras el ronco platanar solloza, baja una sombra hasta el asiento mismo.
De terribles recuerdos poseída por largo tiempo, meditar parece, como si la tragedia de su vida en ese instante enormemente crece...
Al confín, en los montes somnolientos asoman sus almenas los palacios, cual errantes, perdidos pensamientos, en la palpitación de los espacios.
La luna con sus rayos de platino no riela ya, tan sólo gime el viento, y parece escucharse en el camino la inefable canción de un sentimiento.