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El canto de las sombras

Dicen, que un día visitó la corte un vate hermoso, que de ignoto mundo, desde una nave que arribara al Norte hasta el castillo aquel llegó errabundo.

De su laúd las sollozantes arias se deshojaron como rosas lívidas; cantó a las noches y cantó a los parias, a los troveros y a las novias rígidas,

Cantó tan triste, que al oir, suspensa, esa hilación fantástica de notas, ese suspiro de plegaria intensa, ese lamento de esperanzas rotas;

sobre el regio diván, enternecida, postróse en un ensueño la princesa, mientras alzó el juglar la despedida y huyó la tarde entre la fronda espesa.

En ese instante, de inauditos ecos, llegó al jardín una canción divina, y al sacudir los platanares secos sobre el baneo cayó una golondrina.

Afirma la leyenda milenaria, que desde entonces, al morir el día la joven enfermiza y solitaria hasta el asiento en la intuición venía.

Hasta esa vez que sobre el abra oscura Eros guardó en la aljaba su saeta, e impregnada de lívida blancura durmióse la adorada del poeta.

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