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El canto de las sombras 4
EL EXODO CERCANO
Un día mi cortejo tomará esta alameda en aras del ligero crepúsculo lunado; me habrán puesto un soberbio atavío de seda, un Cristo entre los dedos y un velo perfumado.
Al llevarme, los ecos repetirán la queda plegaria le la Muerte, musitada a mi lado. Una blancura de hostias flotará en la arboleda... Mi ataúd, todo lirios, ¡quizás por quién llevado!
Me iré, desvanecida, hacia aquellos cipreses, a prolongar la noche de tantas languideces junto a la cruz amante que su ritual me enseña.
Y en la andariega pausa de aquel adiós, al verme se agruparán las sombras para decirse: ¡duerme! mientras la luna, a solas, se irá diciendo: ¡sueña!
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