“La Ley del Centro” de los Viejos Abuelos nos habla de que el ser humano debe tratar de equilibrar los cuatro rumbos de la existencia en su centro, para lograr la trascendencia. El dilema de estar en medio de dos pares de opuestos complementarios y el desafío existencial de buscar su equilibrio para trascender.
No se puede ser en la vida, totalmente espiritual, ni totalmente material; ni totalmente racional, ni totalmente intuitivo. Cada uno de estos cuatro opuestos complementarios debe estar en equilibrio. Si el Equilibrio se logra (que se da en el centro) el individuo logra ascender y evolucionar; pero si el equilibrio se pierde y se pondera más uno de los cuatro opuestos, el ser humano cae en los degradados abismos de su estupidez, pues es arrastrado por la “inercia de la materia” que lo lleva a su destrucción o corrupción. Perdiendo la maravillosa oportunidad de trascender su existencia.
“El jeroglífico náhuatl más familiar es una figura que, bajo infinitas variantes, está formada siempre por cuatro puntos unificados por un centro, disposición llamada quincunce. Como lo demostró Eduardo Seler, el cinco es la cifra del centro y éste a su vez, constituye el punto de contacto del cielo y la tierra. Para mayor exactitud, el quincunce designa además, la piedra preciosa que simboliza el corazón, lugar de encuentro de los principios opuestos. He aquí entonces reunidos en un signo todas las características del Quinto Sol –Corazón del Cielo-, expresadas por la mitología... Todo está admirablemente estructurado. ¿No es, en efecto, el Quinto Sol el del hombre-dios cuyo corazón se convirtió en el planeta Venus? ¿y no es justamente Quetzalcóatl quien inauguró la Era del Centro revelando la existencia de una fuerza capaz de salvar de la inercia?
Pero hay más. El quincunce acompaña también al dios del fuego –igualmente dios del centro y llamado por este hecho “ombligo de la tierra”-,... la Ley del Centro ha abolido la fragmentación de los contrarios. Basados sobre las revoluciones de los astros y sobre arduos cálculos estos ciclos van, partiendo del más simple –el de la muerte y resurrección de la Naturaleza-, hasta englobar unidades inmensas que tienen por fin la búsqueda mística de los momentos de liberación suprema, es decir, las concordancias entre el alma individual y el alma
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