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tóbal, como lo dijo Las Casas que conoció á entrambos.[1]

Era entónces Cristóbal Colon de treinta y tres años, y estaba en la plenitud de su vigor físico y de su perfeccion intelectual. Su robustez, dando á su talle una varonil elegancia, hacia resaltar la dignidad de su continente, noble como su carácter. Su rostro de un óvalo perfecto; sin embargo de tener las mejillas algo abultadas,[2] y de ser un poco encendido y pecoso,[3] delineaba con limpieza los contornos, hasta perderse con un suave desvanecido en la curva de su barba, adornada con una graciosa hendidura. Por la majestuosa anchura de su frente se traslucia la de sus altos pensamientos y graves meditaciones, que de rubio oscuro tornaron blanco su cabello,[4] é imprimían á el arco de sus cejas un leve ceño, aumentando el encanto de la pura y tranquila mirada de sus ojos garzos.[5]

Su nariz aguileña,[6] se dilataba ligeramente en su base, y los ángulos de su boca bastante pronunciados la daban una espresion particular de finura y bondad, á que contribuia la forma de sus labios.

Esta diversidad de tonos, estos contrastes confundían en su ser la juventud con la esperiencia y la lozania, el brillo de la edad viril con el reposo y la dignidad de la vejez. Su cabeza en armonía con sus ideas, y sus ideas en relacion con su persona, formaban entre su físico y su moral una liga admirable de grandeza, de elevacion y de hermosura tal que, no obstante lo incierto y precario de su situación y de la modestia de su vestir, su persona no podía pasar desapercibida en nin-

  1. "Era persona de muy buena disposición: alto de cuerpo, aunque no tanto como el Almirante." Las Casas. Historia jeneral de las Indias, lib. I. cap. CI. Ms.
  2. "Las mejillas un poco altas, sin declinar de gordo ó macilento." Fernando Colon. Historia del almirante, cap. III.
  3. Oviedo y Valdes.
  4. Pero de treinta años ya le tenia blanco. Fernando Colon.
  5. Los ojos vivos. Oviedo y Valdes. Los ojos garzos. Herrera.
  6. La nariz aguileña. Fernando Colon. Il naso aquilino. Girolamo Benzoni.