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CAPITULO III.


I.


La cristiandad tenia fijos sus ojos en el suelo español, contemplando los heroicos esfuerzos de sus denodados hijos, que de siglos atrás peleaban contra los sectarios de Mahoma, trasmitiéndose la cruzada de jeneracion en jeneracion, como un título de nobleza; y al par que se complacia de su perseverancia inaudita, presajiaba que una gran recompensa seria el galardón de tanta fe, en la gloriosa é imperecedera causa de la cruz. En efecto, de dividido que estaba su territorio en reinos y emiratos independientes, iba á ensanchar sus límites, para no ser mas que una monarquía, la mas poderosa del universo.

El nombre de una mujer ilustre resonaba en aquellos tiempos desde Europa hasta los desiertos de África, y las fronteras de oriente: era el de la reyna mas grande que nos presenta la historia, el de la sabia y victoriosa guerrera, que lo mismo en el fausto de la corte, que en medio de sus soldados, llenó de admiración á todos, permaneciendo siempre piadosa y modesta; nombre dulce é inmortal que está escrito en la primera pajina de los anales de los viajes y de las colonias en el nuevo mundo, porque la que lo llevaba fué el medio de su descubrimiento; así como el hombre, que la reveló la existencia de aquellas apartadas