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comentaban las reyertas de las odaliscas de Abu-Hasan, los sanguinarios celos de la favorita Zoraya, y el saber de la sultana Aixá apellidada la horra (la casta). El padre y el hermano de Isabel habian tenido á sus órdenes cimitarras, y no era difícil encontrar soldados de la cruz al lado de los de la media luna, y en amores con sus mujeres; como ni tampoco hallar turbantes en los paseos, en las corridas de toros y a las puertas de las iglesias, esperando la salida de las doncellas. Los poetas de ambos cultos, se trocaban las inspiraciones, y mientras un trovador mahometano cantaba á una hermosa cristiana, un poeta bautizado suspiraba, rasgueando su guitarra, al pié de los balcones de la invisible hija de un cadí, ó de un agá.

Resolvió Isabel apartar á sus vasallos de la conformidad con que admiraban á los maestros árabes, y estender entre los nobles la lengua del derecho y de la Iglesia católica, para que volviese mejor á su elemento primitivo el carácter nacional.

Era menester honrar primero á la ciencia, y no era facil empresa, pues los grandes miraban con desden en su mayor parte á los libros y á la enseñanza, y no creian compatible con su clase mas carrera que la de las armas. Las preocupaciones de familia y la viveza del carácter se avenian mal con la tranquila paz de los estudios. Para darles el ejemplo, quiso imponerse del latín, é hizo tales progresos con su maestra doña Beatriz Galindez,[1] á la que colmó de favores, que al año[2] pudo hablar en él con los embajadores, que así se entendian entónces los diplomáticos.

  1. * No, sino Beatriz Galindo.— N. del T.
  2. "Per unius anni spatium tantum profecit, ut non solum latinos oratores intelligere, sed etiam libros interpretari facile poterat." Lucius Marineus Siculus. De rebus Hispaniæ memorabilibus, lib. XXI.