Página:Historia de Cristóbal Colon y de sus viajes - Tomo I (1858).djvu/230

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lla altura, con el objeto de cerrarle el paso. La cólera del rey don Juan II irritada con la negativa de Colon lo perseguia en el Océano, y para colmo de inquietud, una calma chicha lo tenia enclavado enfrente de la Gomera, á la vista del pico de Tenerife, cuyas erupciones volcánicas horripilaban á la tripulacion.

Duró esta penosa situacion desde el Juéves por la mañana, hasta el Sábado antes de romper el alba, momento en que, aprovechando los débiles soplos de la brisa, avanzó algun tanto, reconociendo la última de las Canarias, y la de Fierro, precisamente la en que le esperaban las carabelas portuguesas. Se hallaba, dice Irving, abocado al peligro; pero felizmente con el Sol se levantó un viento que, hinchando las velas de nuevo, le hizo perder bien presto en el horizonte las alturas de la de Fierro. Desde el principio de esta asombrosa navegacion, hacemos ver con las mismas palabras de un escritor protestante, el primer auxilio que recibió Colon de la divina providencia. No fué el único en verdad, pues Dios jamas cesó de asistirlo; y si bien no se invirtieron en su favor las leyes ordinarias del mundo, vinieron siempre en su ayuda las mas felices coincidencias, de un modo tan sobrenatural, que mas parecian milagros.


III.


Hasta aquí llegaba la ciencia de los mas hábiles marinos, pues iba á entrarse en las rejiones desconocidas. Mientras el corazon de Cristóbal latia de placer,