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Se resigno y sacriticó su amor priopio, sus instintos justicieros, y su dignidad personal en aras de un deber mas grande aun que su derecho.

Martin Alonso Pinzón, asociando á su crimen sus marineros, pasó dieziseis dias á la boca del rio de Gracia, traficando en oro, contra lo dispuesto por el almirante; y en los momentos de su partida, uniendo la violencia á la rapacidad, arrebató como esclavos á cuatro hombres y dos muchachas. Pero Colon le hizo soltar su inicua presa, tranquilizó á los indios, los colmó de presentes, para neutraUzar tamaña injuria, y los puso en tierra, para que tornasen á sus hogares. Avaramente ocupado en apilar oro, Martin Alonso, olvidando los cuidados que todo capitán debe á su buque, ni aun reparó en que, favorecidos por la inmovilidad durante su estada en el rio de Gracia, las bromas se habian multiplicado á su placer por los costados y la carena de la Pinta, agujereándoselos cual un panal de cera. Tampoco pensó siquiera en proveerse de un trinquete, para reemplazar el suyo, que no estaba en disposición de mantenerse ñrme, y por lo cual no daba toda su vela al viento.

A pesar de su deseo de costear la Española, la conducta de los Pinzones demostraba bastante claro áel almirante la necesidad de ganar lo mas en breve posible un puerto de Castilla, exijiéndolo también el mal estado de las carabelas; pues el 7 de Enero fué menester tapar una via de agua en la bodega de la Niña.

Al siguiente dia, cerca del rio de Oro, así llamado por traer en su seno arenas de este metal, divisó á cierta distancia tres manatis, que se presentaron sobre la superficie, recordándole los que habia visto otras veces en la costa de Guinea, y que á lo lejos tienen una semejanza con el hombre. Eran las sirenas de los antiguos, y asi las llamó él, añadiendo, que no eran hermosas como se las representa.

El 9, el almirante navegó al ENE. y reconoció el cabo Rojo. La costa tenia una vista seductora. Enormes tor-