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dad tor:”Ni uno perdí de los que me disteis”.[1] El contento de los paleños estaba pues en su colmo, al ver que el almirante les devolvía á todos los que le entregaron, y no sabian de que manera manifestarle mejor su recono- cimiento y admiracion.

Los marineros de los alrededores de Palos hubie-

ran querido ir aquella misma noche á sus casas; pero no pudiendo olvidar el alma piadosa de Colon el voto hecho enfrente de las Azores, y que la perfidia del gobernador portugues de la isla de Santa Maria impidió cumplir sa- crílegamente, no les concedió permiso antes de que tu- biera efecto. La promesa consistia en ir á la primera iglesia dedicada á nuestra señora que se hallara mas in- mediata al paraje á que la Niña llegase. Ahora el sitio era Palos, y el templo Santa Maria de la Rábida, del cual continuaba siendo guardian el P. Fr. Juan Perez de Marchena, que así como celebró la misa solemne para el embarque, entonó el Te-Deum laudamus por la vuel- ta. Parecia que la divina providencia le tenia reservada tamaña satisfaccion.

La víspera se habían dado gracias al señor por la

descubierta, y al otro dia se dieron á la vírjen de la Sa- lud, el áncora de la esperanza del pobre marinero. Pa- tética fué la ceremonia. Todos con los pies descalzos y en camisa, desde el último grumete á el almirante, en el mísero traje del náufrago, fueron á rendir homenaje á Maria, la estrella del mar, por haberlos salvado de la furia del Océano. Seguíalos una multitud, que se asocia- ba de corazón á sus plegarias y á su reconocimiento.

Veíanse los marineros rodeados y escuchados como</ref>

oráculos, siendo el orgullo de sus familias: se los disputa- ban; y sus parientes se reunían para festejarlos. Pero Co- lon; á pesar de los honores y de los aplausos, se veia en Palos como en tierra estranjera, y no teniendo mas fa-

fa-
  1. ”Quia quos dedisti mihi, non perdidi ex eis quemquam”.—S. Joan Evang., cap. XVIII.