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PATAGONIA.

del rostro. Con está armadura llevan una especie de casco , formado de dos caeros gordos y fuertes , cosidos iuntos ; de modo que parece un som- preron de anchas alas, dominado de una cresta quecoje de atrás á delan- te , adomaao de chapas de plata ó cobre, sujeto por detrás al cuello de la coraza , y por delante con un ba- berol , tambicn de cuero. La corsea llega hasta las rodillas, y es muy in- cómoda yendo> 4 caballo. Los que no la llevan , ó que do tienen derecho á llevarla , se dejan el cabelló suelto sobre los honwros. Con todo este aparato belicoso están los Patagones inuy distantes de ser tan temibles como los Araucanos. Apesar de su alta estatura y su fuerza física , son los mas pusiiátnines de todos lo;^ pueblos de aquellas reiiones, de que han sido no obstante el terror; pero diezmados, por una enfermedad epi- démica en los anos de 1809 á 181 1 , y atacados después por los Arauca- nos , que hicieron en ellos una hor- rible carnicería ,. han perdido á un tiempo su valor y su importancia nacional. Lo^ Patajúes no son pues, temidos de sus vecinos. En tiempo de guerra desplegan el ardid y la astucia^ de que hacen tanto alarde los salvajes de la América. Janeas acometen hasta que el caudillo les ha hecho preventivamente una lar- ga arenga para escitar en ellos el ar- aor. Preciso es también que ante to- éo reconozcan la posición del enemi- go , á cuyo efecto envian esplorado- res hasta diez ó doce leguas de dis- tancia. Esta precaución y el uso de las sorpresas , constituyen entre to- do el arte de la guerra. Cuando quieren acometer de improviso á sus adversarios , se revisten (Je una pa- ciencia y usan de una destreza ma- ravillosa. Dejan atados sus caballos lejos, á fin de que no quede rastro al-. guno de su marcha ; andan muchas veces á gataft , y en ocasiones arras- trando como la culebra , para que no los sientan ni descubran. Paraoir el mas leve ruido , aplican el oido al suelo, y conocen por cálculo aproxi- mativoel numera de los guerrerps con quienes tienea. que combatir. Cuando se hallan bien preparados , esperan que Ue^e la noche, y al momento que sale la luna caen con furor sobre sus enemigos degollán- dolos sin cqmpasion , ó sobre las bestias y ganados que se llevan. Nun- ca hacen tales sorpresas sino en tiem- po de luna llena , porque entonces no tienen que temer errores funes- tos, y en caso de un revés andan dos dias y dos noches sin parar. En es- tas astucias de guerrra se conocen los hábitos y el admirable instinto de los Americanos del emisferio bo-. real. Estos son los únicos que llegan en destreza y habilidad á un grado mucho mas notable. Cooper en sus unimos Mohicanot y en su Pradera^ ha descrito maravillosamente las sin- gulares prácticas de los Indioi del alto Mississipí, en tiempo de guerra; y todo cuanto los viajeros noshan re- ferido de la circunspección y de Id intelijencia de los. indíjenas del Ca- nadá, en isuale& circunstancias, piHieba que los naturales del Sur pudieran también en esta materia recibir lecciones de los Bfombres Rojos. Aun nó hace un siglo que los Pa- tagones peleaban todavía á pié. Bien es verdad que el caballo no es oriun- do de la América , pues ha sido na- turalizado allí por los Europeos, de quienes los Indios han adquirido, con una superioridad maravillosa , el medio de dominar este soberbio animal , y de servirse de él utilmen- te. Hoy dia son los Patagones del Norte casi inseparables de sus cabal- gaduras , tanto que la mayor parte de los. viajeros no los han visto sino á caballo. Nadia tienen de particular las sillas ó monturas de que usan. Los estribos son die madera y apenas tienen la anchura necesaria para el pulgar del pié ; y aun á veces se re- ducen á un nudo, que sirve de pun- to de apoyo, pasando el cordel entre el dedo pulgar y el segundo. Las es- puelas son comunmente de dos pe- dacitos de madera movibles y iuntos atados con una correa. La silla que usan las mujeres es muy diferente , pues consiste en dos rollos de juncos envueltos en una piel muy delgada y adornados de pinturas varias. Cuan- douna Indiana.sale á paseo á caballo