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PATAGONIA.

armas, sus objetos mas preciosos, son con este motivo arrojados al agiia , y aun en las ocasiones mas graves precipitan allí hasta caballos atados juntos por los pies, creyendo que así están mas á salvo de los acon- tecimientos. » Por otra parte , obser- va el niismo escritor , estos son los únicos sacrificios que hacen; y mien- tras pueblos mas adelantados que ellos sobre otros puntos, inmolaran sus semejantes á su bárbara divini- dad , y que otros conocidos también por su civilización , hicieran correr ar torrentes sobre los altares de sus innumerables ídolos la sangre de los animales mas útiles , el Patagón, to- davía medio salvaje, reserva para raras é importantes ocasiones la muerte de algunos caballos. Los Patagones, como tod os los natu- rales de las tierras australes, son muy supersticiosos y propensos á la ma- jia. Itas viejas, hechiceras, profeti- sas ó adivinas, de que hemos ha- blado ya tratando de las ceremonias sobre la nubilidad de las jóvenes, son los principales ministros de su culto , y acrecientan su importancia agregando á estas funciones sagra- das el ejercicio de la medicina. Ellas son las que invocan á Achekenat- Kanet, cuando la familia, sentada en corro, cree que debe aplacar su cólera ó darle gracias por sus bene- ficios. Las palabras que profieren cuando al fin de la ceremonia han llegado al mas alto grado de exalta- ción , son ansiosamente escuchadas Sor los circunstantes y considera- as como oráculos infalibles. Pero su triunfo mas completo , es sin con- tradicción cuando ejercen á su ma- nera la medicina. Padeciaun enfer- mo una calentura causada por un baño que tomó en el rio ,- en oca- sión que sudaba. Estaba tendido dentro del toldo. La vieja agorera que le cuidaba, le puso boca abajo; empezó á chuparle por la nuca , y dándole además repetidos golpes en el pecho y la barba, y haciendo con- torsiones, invocaba el jenio del mal, rogándole que saliese. Chupóle en ñtí todas las partes del cuerpo , y úl- timamente y con mas ahinco la -na- riz. De repente hizo jestos espanto- sos pareciendo que padecía , y dan' dose golpes á sí misma, esclamó que ya tenia el mal y que iba á demos- trarlo. En efecto , después de otros muchos dengues , hizo como que sa- caba de la boca del paciente un gor^ do insecto, como un escarabajo, el cual mostró á los que estaban pre- sentes, cual si fuese el emblema del demonio que poseia aquel cuerpo. Esta docilidad del paciente y de cuantos la miran, causará menos es«  trañeza al saber que la confianza de los Indios en el poder de aquellas magas es tal, que cuando, como una cosa estraordinaria , se cortan el cabello, tienen particular cuid^ do de echarlos al no ó guemailos , temiendo que alguna vieja se apode- re de ellos y cause la muerte del que los tenia , haciéndole brotar toda la sangre por los poros. «El temor á los contajios hace con frecuencia que los Patagones, así como las demás naciones juistrales , se vuehan mas inhumanos. Pero, ¿quien no les disculpará en esta par- te , cuando han visto la mitad de su jente arrebatada por la viruela , á consecuencia de sus comunicaciones con los blancos? Miran esta enfer- medad llevada de Europa , como im efecto particular del espíritu malig- no , que pasa sucesivamente de un cuerpo á otro. De aquí es, que al punto que temen una epidemia , y que cualquiera individuo de una de sus familias les da sospecha de estar invadido, se alejan toaos de la tien«- da , dejando al enfermo únicamente poco de carne cocida y agua , y van á establecerse muy distantes. Si mueren hasta dos individuos, y otros se hallan con los, mismos síntomas, entonces ya no les queda duda. La tribu entera abandona el lugar jr los enfermos , sin mas * que el débil socorro indicado; y á nn de que el mal no la acompañe, van los Indios dando al aire, de distancia en dis- tancia, cuchilladas con sus armas cortantes , creídos de que así cortan toda comunicación con la enferme- dad , y al mismo tiempo echan rocia- das de agua para conjurar al dios del mal. Al cabo de algunos dias de marcha , se detienen poniendo todos