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PATAGONIA.

Cruzan las llanuras y los valles , cu- biertos de pastos , varios arroyos de aeua cristalina , mas ó menos grata ai paladar, según la madre de turba d de chinarro por donde pasa. Por uno y otro lado se ve el suelo tapiza- do de verdor , en aue brillan la ele- gante anémona y la violeta de sua- vísimo perfume. Las márjenes de estos arroyos, aunque pantanosas, están cubiertas de una vejetacion tan activa y espesa que casi en par- te alguna se descubre la superficie del terreno. Encuéntranse hermosos lagos en los llanos y deliciosas ca- vidades hasta CA la cumbre de las montañas. Por todas partes hay abundancia de aguas frescas y pu- ras. £1 suelo de la isla de la Soledad se <x>mpone de tierras ocreosas , rojas y amarillas , de espato y de cuarzo. La abundancia de pizarras rojizas y de color de plomo revela allí la existencia de una gran cantidad de azufre. Algunos peñascos de cuarzo rotos han indicado una materia vi- triólica y cobriza. Pemetty supone haber encontrado allí una substan- cia verdosa que tiene las cualidades del cardenillo. Toda la vejetacion de los llanos , coúio Ja de los montes , se halla en un terreno turb<»M) de Sran espesura. Dotado aquel suelo e la cualidad esponjosa , en sumo grado , absorve la humedad con tal prontitud , que en breves instantes suele secarse el césped á poco tiem- po de las mas abundantes lluvias. Esta turba, tan preciosa que como un recurso de¡provision de leña, exis- te en capas, mas profundas en lo in- teríordel paisque en lo litoral. Zapa- da en sus orillas de una manera ir- regular , ofrece de lejos con frecuen.- cia la perspectiva de un muro ó de un foso ; y el viajero que r€Ncorre ta- les soledades , le cuesta trabajo cr^r que aquello no es obra de los hom- bres. Estas especies de murallas na- turales , mas comunes en las alturas, tienen de ordinario cuatro y cinco pies de elevación sobre el terreno Sie las cerca, y es muy difícil es- . icar su formación. En cuanto á lo demás , es cierto que los caballos •ncuentran allí un abrigo favorable PÁTAGONIA. 61 contra el furor de los vientos ; y si aquellos accidentes del suelo no fue- sen tan frecuentes, se atribuirían sin mas examen á aquellos animales* Pernetty habla de un sitio en que la disposición singular de las pie- dras parece ser el resultado de un temblor de tierra que pudo trastor- nar en otro tiempo la isla de la So- ledad. Presentaba, dice, un espectá- tulo horriblemente hermoso. Las piedras, todas de asperón porfiriza- do, están cortadas en tablones de diez pies de lai^o, seis de ancho , y uno y medio de grueso. Se hallan en todas posiciones , pero tan bien co- locadas como si lo fuesen artística- mente. «Son como los muros de una ciudad , en los cuales se ven aleros en línea recta, cual si fuesen cornisas ó cordones; voleados lo menos d«í filé y medio, y que corren todo lo argo, tanto de las partes entrantes , como de los ángulos salientes , figu- rando salidizos ; y hasta molduras se encuentran allí. Al otro lado de aquellas ruinas hay un valle profun- do de mas de doscientos pies, ancho de medio cuarto de le^a, cuyo fondo está cubierto de piedras re- vueltas, y que parece haoer servido de albeo a un rio ó ancho torrente que hubiese ido á perderse en la gran bahía del oeste. Antes de llegar á la altura que termina el va- lle, se encuentra una esplanada ancha , de cerca de diez ó doce toe- sas , y que se estiende desde la parto baja del anfiteatro hasta la otra par- te de las primeras ruinas. Sobre es- ta esplanada hay dos depósitos de a^ua , el uno redondo y de veinte y cinco pies de diámetro , el otro oval y de treinta y tres pies. Desde la Dase de la colina se encuentran bar- rancos enteramente colmados de aquellas piedras despeñadas, y entre estos, cortos espacios de terreno ir- regular, cubiertos de yerbasy de bre- zos, salvados digámoslo así del tras- tomo jeneral. Los peñascos , arroja- dos confusamente unos sobre otros, dejan entre sí por todas partes aber- turas, cuya profundidad puede con- jeturarse. Las plantas que se encuentran en la isla de la Soledad son todas indi-