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Historia

CAPÍTULO LXXXII.


En este tiempo que bullia la riqueza de aquella isla, presentó el Rey para Obispo della á un su predicador, fraile de Sancto Domingo, llamado fray Bernardo de Mesa, de quien arriba en los capítulos 9.º y siguientes hablamos, el cual nunca fué á ella, ó porque el Rey en breve murió, ó porque como habia dado parecer contra los indios no acertado, por creerse fácilmente de las falsedades de los tiranos, de gozar del gran fructo que allí pudiera hacer, si acertara en defender sus ovejas y doctrinallas, fué indigno. Salido el padre fray Gutierre, con su compañero y el clérigo Casas, de la isla de Cuba, cresció la crueldad inhumana que los nuestros usaban con las gentes della cada dia más y más; los opresos indios, viéndose cada dia morir, comenzaron á huir de las minas y de los otros trabajos en que los mataban de pura hambre, y contino y excesivo tormento y trabajo; los españoles, que para los tener siempre en servicio clavados no les faltan medios y mañas, procuraron de por muchas maneras irlos á montear, entre otras, comenzaron á criar lebreles y perros bravos que los despedazaban, de los cuales, por huir é no vellos, vivos se enterraran. Pasábanse huyendo á las isletas de que la isla está cercada de una parte y de otra, digo de la del Sur y del Norte, que dijimos llamarse el Jardin de la Reina y el Jardin del Rey, de donde los traian, y trayendo los afligian, angustiaban y amargaban y ejercitaban en ellos, para que escarmentasen y no se huyesen, castigos y crueldades estrañas. Viéndose los infelices, aunque inocentes, que por ninguna parte podian remediar ni obviar á su perdicion, ni de la muerte, y muertes dobladas tan ciertas y horrendas, escaparse, acordaron de ahorrar al ménos de la una, que por ser tan