Son las diez, Eglé, las diez!
La joven no abrió los ojos.
—Tengo sueño murmuró, tratando de volverse á la pared. Pero su hermana cerró el tibio camino con el brazo.
— No, levántate! Si vieras!..... estoy más aburrida....
Eglé entregóse de espaldas, sin hacer resistencia. Su hermana, tranquilizada ya, abrió la puerta y salió al balcón.
Eglé se vistió en silencio con prolijo esmero, sobre todo en peinarse, mirándose larga y pensativamente en el espejo como si no recordara más su cara. Cuando concluyó salió al balcón, pasó instintivamente el brazo por la cintura de su hermana y se recostó.
El sol, más fuerte ya, blanqueaba la avenida caliente y desierta. En la esquina, un brec cruzó la calle, tronó un momento sobre los adoquines y enmudeció de nuevo en el polvo del callejón. Las hermanas tendieron