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Historia de un amor turbio

Toda tuya!...

—No te cansa.?

—Qué?— retiraba ella la cara, ya preocupada.

—Lo que te digo. No sé decirte otra cosa...

—Oh!

—Sí, sí, mi amor, mi vida, mi alma querida!...

Pero en esos torrentes de ternura la boca, la nuca, el cuerpo entero de Eglé oprimido al suyo mantenía en un bramido constante á todos sus leones. Desahogaba su tensión, en los instantes duros, cerrando las manos cruzadas como un torno alrededor de la cintura de Eglé. Mas la dicha de haberse hallado de nuevo era demasiado fuerte para desprenderse uno de otro, y así los leones tornaban á soltarse, poniéndole en cada dedo una enloquecida agitación de impulso no empleado.

Al fin, tras uno de estos momentos, Rohan echo una ojeada alrededor.

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