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Historia de un amor turbio

—Todos los días que vienes...

—Y los otros. Olvidamos?

133 —Sí, olvidamos.

Y la paz se selló, con tal sacudida amorosa que las peinetas de Eglé se desprendieron y el cabello cayó, cambiando instantáneamente su compostura de novia en frescura de casada.

Bajaron al jardín, recorriendo las sendas con lentitud informal pues las pruebas de su reconciliación eran sobrado urgentes para permitirles un paso de diligente jardinero. A cada momento Rohan la detenía, echábale la cabeza atrás del mentón, en plena luz de luna, y sobre el rostro de Eglé en que la dicha reencontrada delatábase en arrobada expresión, surgía la lenta y divina sonrisa con una sola comisura.

—Mi amor, mi amor querido!...

—Sí, sí...

—Mi alma!...