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Historia de un amor turbio

XXII 149 Tres más tarde llegaba á la quinta. Apenas solo con Eglé pasóle la mano por la cintura y la miró largo rato, como si tras esos tres siglos de sufrimiento hubiera temido no reconocerla más, á fuerza de haber perdido su noción física de tanto raciocinar sobre ella. Eglé conoció en sus ojos que la angustia había retornado. Rohan, sin besarfa, hundió su cabeza en el pecho de su novia. Un momento después sentía en ella la mano de Eglé.

—Qué tienes!

Rohan no respondió en seguida.

—Nada, sino que estoy maldito.

Eglé lo miró, más transida que él, pero Rohan esquivó los ojos y tornó á recostar la cabeza. En esos tres días, lo único que lo había consolado era la seguridad de que es-