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Historia de un amor turbio

final en que salió desesperado de la quinta, amargándose la boca en ese mismo su Eglé, que ya nunca más podía decir. Recordó tan vivamente su dolor que la tranquilidad actual le echó del pecho en un suspiro de desahogo afectuoso:

—Cuánto la he querido!

Eglé lo miró, devolviéndole su sonrisa:

—No fué usted solo, me parece.....

Apartó la vista y Rohan la observó rápida y atentamente. Era ella, sin duda; la misma cintura rígida por el corsé, las mismas cejas que se levantaban de cariñosa extrañeza. Pero la mirada, la mirada era otra; no cambiada en esencia, pero sí acusando claramente en su aplomo que los cinco años de experiencia no habían pasado impunemente.

—Sabe muchas más cosas que antes pudo menos de decirse Rohan.

—Vd. se fué en seguida al campo, no?

—Si, poco después, cuando sali del Minis— no