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Los perseguidos

tamente aplastado, parecía un casco luciente.

En los primeros momentos Vélez habló poco. Cruzóse de piernas, respondiendo lo justamente preciso. En un instante en que me volví á Lugones, alcancé á ver que aquél me observaba. Sin duda en otro hubiera hallado muy natural ese examen tras una presentación; pero la inmóvil atención con que lo hacía me chocó.

Pronto dejamos de hablar. Nuestra situación no fué muy grata, sobre todo para Vélez, pues debía suponer que antes de que él llegara nosotros no practicaríamos ese terrible mutismo. El mismo rompió el silencio.

Habló á Lugones de ciertas chancacas que un amigo le había enviado de Salta, y cuya muestra hubo de traer esa noche. Parecía tratarse de una variedad repleta de agrado en sí, y como Lugones se mostrara suficientemente inclinado á comprobarlo, Días Vélez prometióle enviar modos para ello.