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Los perseguidos

con saco de lustrina pasó tan cerca de mí que el cubo de la rueda trasera me engrasó el pantalón. Detúveme de nuevo, seguí con los ojos las patas de los caballos, hasta que un automóvil me obligó á saltar.

Todo esto duró diez segundos, mientras Díaz continuaba alejándose, y tuve que forzar el paso. Cuando lo sentí á mi certísimo alcance todas mis inquietudes se fueron para dar lugar á una gran satisfacción de mí mismo. Sentíame en hondo equilibrio. Tenía todos los nervios conscientes y tenaces. Cerraba y abría los dedos en toda extensión, feliz. Cuatro ó cinco veces en un minuto llevé la mano al reloj, no acordándome de que se me había roto.

Díaz Vélez continuaba caminando y pronto estuve á dos pasos detrás de él. Uno más y lo podía tocar. Pero al verlo así, sin darse ni remotamente cuenta de mi inmediación, á pesar de su delirio de persecusión y sicolo-