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Historia de un amor turbio

podía hacer cualquier amigo mío con el cual nos viéramos claro.

Yo sabía bien que él no hacía farsa alguna, y que a través de sus ojos inteligentes desarrollando su juego sutil, el loco asesino continuaba agazapado, como un animal sombrío y recogido que envía á la descubierta á los cachorros de la disimulación. Poco á poco la bestia se fué retrayendo y en sus ojos comenzó á brillar la ágil cordura. Torno á ser dueño de sí, apartóse bien el pelo luciente y se rió por última vez levantándose.

Ya eran las dos. Caminamos hasta Charcas hablando de todo, en un común y tácito acuerdo de entretener la conversación con cosas bien naturales, á modo del diálogo cortado y distraído que sostiene en el tramway un matrimonio.

Como siempre en esos casos, una vez detenidos ninguno habló nada durante dos segundos, y también como siempre lo primero