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Los perseguidos

La puerta de la calle estaba abierta aún y i la animación de la gente que salía del teatro. Habrá ido á alguno pensé.—Y como debe tomar el tramway de Charcas, es posiole pase por aqui... Y si se le ocurre fastidiarme con sus farsas ridículas, simulando sentirse ya perseguido y sabiendo que yo voy á creer justamente que comienza á estarlo...

Golpearon á la puerta.

¡El! Di un salto adentro y de un soplo apagué la lámpara. Quedéme quieto, conteniendo la respiración. Esperaba con la angustia á flor de epidermis un segundo golpe.

Llamaron de nuevo. Y luego, al rato, sus pasos avanzaron por el patio. Se detuvieron en mi puerta y el intruso quedó inmóvil ante a oscuridad. No había nadie, eso no tenía iuda. Y de pronto me llamó. ¡Maldito sea!

Sabía que yo lo oía, que había apagado la luz al sentirlo y que estaba junto á la mesa sin moverme! ¡Sabía que yo estaba pensan1