En cuanto me levante pensé con angustia — me va á matar de un tiro». Pero á pesar de todo me puse de pie, acercándome para despedirme. Díaz, con una brusca sacudida, se volvió á mi. Durante el tiempo que empleé en llegar á su lado su respiración suspendióse y sus ojos clavados de los míos adquirieron toda la expresión de fos de un animal acorralado que ve llegar hasta él la escopeta en mira.
—Que se mejore, Díaz.....
No me atreví á extender la mano; mas la razón es cosa tan violenta como la locura y cuesta horriblemente perderla. Volvió en sí y me la dió él mismo.
—Venga mañana, hoy estoy mal.
—Yo creo.....
—No, no, venga; venga!
imperativa angustia.
Salí sin ver á nadie, sintiendo, al hallarme libre y recordar el horror de aquel hombre concluyó con