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Los perseguidos

jadeante sorpresa. No me reconoció ni demoré más tiempo allí.

A la mañana siguiente fui á almorzar con Lugones y contéle toda la historia—serios esta vez.

—Lástima; era muy inteligente.

—Demasiado—apoyé, recordando.

Esto pasaba en Junio de mil novecientos tres.

—Hagamos una cosa — me dijo aquél. Por qué no se viene á Misiones? Tendremos algo que hacer.

Fuimos y regresamos á los cuatro meses, él con toda la barba y yo con el estómago perdido.

Díaz estaba en un Instituto. Desde entonces la crisis duró dos días no había tenido nada. Cuando fuí á visitarlo me recibió efusivamente.