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Historia de un amor turbio

truosa farsa, compró una máquina completa de fotograbados para trabajar luego. Su padre, bastante encantado de esa febril procura de vocación, común en los seres que no tienen fuerzas para la que verdaderamente sienten, esperaba.

Pero entre tanto el estómago de su hijo, que había dejado en paz á éste esos años, volvía á digerir por su cuenta. Tras la dispepsia llegaron los estados neurasténicos y con éstos la desesperante obsesión de sentirlos, y los microbios y el terror å la tuberculosis.

Fueron tres años duros, sin hacer absolutamente nada—pensar no es trabajo para un neurastánico—que Rohan digirió tan penosamente como su kefir.

Se levantaba tarde siempre, con los riñones deshechos y la boca pastosa. Cepillábase dientes y lengua con monótona perseverancia; la limpieza de aquélla, sobre todo, le era particularmente calmante. Luego se lavaba