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Historia de un amor turbio

la risa volvía á jugar en su nuca, como si una sola palabra desordenara aquélla. Al fin los nervios se aplacaron, si bien Mercedes tuvo que evitar largo rato mirar á nadie, viéndose claro en su rostro el esfuerzo para contenerse.

Entretanto habían concluido el café y Eglé, la cara apoyada en la mano, hacía vibrar un bol. El lamento del cristal surgía temblando del agua irisada y ondulaba en el aire con una pureza de diapasón.

—Mi hija, deja eso—habíale dicho la madre, cuidadosa de la corrección. Pero Eglé, entretenida y pensativa, no suspendió su juego.

—Y si fuéramos á la estación?—rompió Mercedes, serenada ya.—Vamos, Rohan? Mamá, Eglé?.....

Como hubo mayoría, pues á esa solución solían someter sus gustos diversos, los disidentes se resignaron. La madre fué un momento á arreglarse y Eglé la siguió.