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Historia de un amor turbio

corriendo en un segundo todos los cambios sobrevenidos. Cuando concluyó:

—Qué tiempo que no oía esto! Creo que se lo he oído tocar á ustedes antes—la interrogó.

—Cierto, es verdad—asintió Eglé. Después de un momento añadió:

—Mercedes lo tocaba la noche que usted se fué.

La evocación era demasiado viva para que no lo tornara fosco de golpe. Eglé, cogiendo una partitura cualquiera del portamúsica, recomenzó. Desde el sofá—la cabeza echada atrás —la veía de perfil. Sus ojos, que bajaba fugazmente al teclado, estaban contraídos por la luz de frente y el esfuerzo de la lectura. Ahora que la atención de su trabajo la hacía olvidarse de su fisonomía, sus rasgos se acentuabancon un gesto un poco duro que debía de ser indudablemente su expresión natural á solas.

Rohan recorría detalle á detalle su cuerpo.