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HISTORIA DE UNA ANGUILA

nas, porque en el campanario no había habitantes ni lamparitas; lo sabía perfectamente; allí no se encontraban sino vigas, telarañas y polvo; además, era imposible llegar allí, porque la entrada estaba clavada. Me figuré que la lucecita podía ser el reflejo de alguna otra exterior; pero en vano trataba de encontrarla. Todo el inmenso espacio estaba obscuro, menos aquel único punto luminoso. Tampoco había luna; el pálido rayo del poniente no podía reflejarse en el campanario, porque este último se orientaba del lado opuesto. Todas estas reflexiones llenaban mi cabeza, mientras yo guiaba el caballo; al llegar abajo tomé asiento en el coche y miré otra vez en dirección de la torre. La luz centelleaba como antes.

—¡Qué raro!—pensé, haciendo diferentes suposiciones—, ¡qué extraordinario!

Y poquito a poco sentí cómo una angustia se apoderaba de mí. Al principio pensé que era el disgusto de no encontrar la explicación de un fenómeno raro; pero luego, cuando volví la cabeza, comprendí que era el miedo... Agarré a Pachka y una sensación de soledad y de terror apoderóse completamente de mi alma. Parecíame estar solo en un abismo obscuro y que la torre me observaba con su único ojo encarnado.

—¡Pachka!—exclamé cerrando los ojos.

—¿Qué?

—¡Pachka! ¿Qué brilla arriba en el campanario?