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ANTÓN P. CHEJOV

dos; así, el siete se nombra el gancho; el once, los palitos; el noventa, el abuelo, etc. El juego sigue con viveza.

—¡El treinta y dos!—exclama Gricha, metiendo la mano en el sombrero de su padre, donde están los pequeños cilindros amarillos—. ¡Diez y ocho!... ¡El gancho! ¡El veintiocho!

Ania ve que Andrei no ha notado que tiene el veintiocho en sus cartones; se lo hubiera advertido en otro tiempo, pero ahora triunfa porque en el platillo, al par del dinero, está puesto su amor propio.

—¡El veintitrés!—sigue Gricha—. ¡El abuelo! ¡El nueve!

—¡Una cucaracha! ¡Una cucaracha!—exclama Sonia, señalando una que corre por la mesa.

—No la mates—dice Aliocha en voz baja—; quizás tenga hijitos...

Sonia sigue con los ojos la cucaracha y reflexiona cómo será su casa y qué pequeños han de ser sus hijitos.

—¡El cuarenta y tres! ¡El uno!—continúa Gricha, padeciendo ante la idea de que Ania tiene ya casi todos los números tapados—. ¡El seis!

—¡He ganado! ¡He ganado!—grita Sonia levantando los ojos y chillando.

Las caras de los jugadores se estiran.

—¡Hay que comprobar!—dice Gricha mirando a Sonia con odio.