—¿Por qué?
—Por qué... Porque no tengo más dinero.
—Sin dinero no se puede jugar—decide Gricha.
Andrei rebusca por si acaso en sus bolsillos. No encuentra nada más que migajitas de pan y un lapicerito medio roído. Su boca se contrae y se le nublan los ojos; llorará en seguida...
—Te prestaré—dice Sonia, no pudiendo ver su cara de mártir—; pero no te olvides de devolvérmelo.
Sonia pone el dinero, y el juego vuelve a empezar.
—Parece que se oyen campanas—dice Ania.
El juego se interrumpe; todos miran por la ventana obscura con la boca abierta. En la obscuridad se ve el reflejo de la lámpara.
—Te pareció...
—Por la noche las campanas solamente suenan en el cementerio—declara Andrei.
—¿Por qué suenan allí las campanas?
—Para que los bandidos no entren en la iglesia... Ellos temen el campaneo...
—¿Y para qué tienen los bandidos que entrar en la iglesia de noche?—pregunta Sonia.
—Para matar a los guardianes; todo el mundo lo sabe.
Todos quedan silenciosos algunos momentos y se miran unos a otros temerosos.
El juego sigue. Esta vez gana Andrei.
—¡Ha hecho trampas!—declara repentinamente Aliocha.