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ANTÓN P. CHEJOV

—¡No, no; un copec!

—¡Sois unos estúpidos! El rublo vale más que un copec—les explica—; el que gane me dará la vuelta.

—No, no; haz el favor de irte.

El colegial encoge los hombros y se dirige a la cocina a pedir a los criados alguna moneda suelta; pero en la cocina no hay moneda suelta.

—En tal caso, cámbiame el rublo—le pide a Gricha al volver de la cocina—; te pagaré por el cambio. ¿No quieres? Entonces, véndeme diez copecs por un rublo.

Gricha mira a Vasia de reojo; sospecha algún engaño... no se fía.

—¡No quiero!—repite, y aprieta su bolsillo.

Vasia empieza a encolerizarse, riñe a los jugadores, les llama «brutos y cabezas de asno».

—Vasia, te prestaré yo—dice Sonia—. ¡Siéntate! El colegial se sienta y pone delante de sí dos cartones. Ania lee las cifras.

—¡Se me ha caído un copec!—exclama Gricha inquieto—. ¡Esperad!

Cogen la lámpara y se arrodillan debajo de la mesa en busca del copec. Se empujan con las cabezas; sus manos sólo encuentran cáscaras de nueces, pero no el copec. Vuelven otra vez a buscarlo, hasta que Vasia le quita a Gricha la lámpara de las manos y la pone en su sitio. Gricha sigue sus pesquisas a obscuras.

Por fin encuentra el copec. Los jugadores