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HISTORIA DE UNA ANGUILA

tendría que morirse y no asistir a los sufrimientos de la traidora. La venganza es dulce cuando uno puede contemplarla y palpar sus frutos. Es una falta de sentido común el estar en un ataúd y no darse cuenta de nada.

«Quizá fuera mejor hacerlo así; matarle a él. Yo quedaré para ver pasar su entierro, y luego me suicidaré... No puede ser, porque me arrestarán antes del entierro y me quitarán las armas. De modo que lo haré así... Le mataré, dejaré que ella viva, y yo..., por de pronto, no me suicidaré; dejaré que me detengan. Para suicidarme habrá tiempo. El arresto tiene la ventaja de permitirme demostrar a los jueces y a la sociedad la bajeza de la conducta de mis víctimas. Si me suicido, ella será capaz, con su frescura habitual, de echarme toda la culpa, y la sociedad acaso le dé la razón, con lo cual aun habrá quien se burle de mí, mientras que si yo vivo... Naturalmente, si me suicido creerán que he sido llevado a este extremo por algún otro motivo... y, además, ¿qué crimen he cometido para tenerme que matar? Suicidarse es falta de ánimo, pusilanimidad... En fin, mi resolución es la siguiente: le mataré a él; a ella la dejaré viva, y yo seré llevado a los tribunales. Me juzgarán, ella figurará como testigo... Ya me imagino su turbación, su vergüenza, cuando mi defensor le interrogue. Las simpatías de los jueces, del público y de la Prensa serán, naturalmente, para mí...»

Así reflexiona Sigaef en tanto que el depen-