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ANTÓN P. CHEJOV

La virtuosa alemana duerme tranquilamente. Una lamparita ilumina los relieves de su cuerpo macizo. Vaksin entra en el cuarto y se sienta en el baúl al lado de la puerta. La presencia de un ser vivo, aunque dormido, le tranquiliza; siéntese aliviado.

—¡Que duerma la tonta! Me quedaré aquí hasta que amanezca y me iré... Ahora amanece temprano...

Esperando la luz del día, Vaksin encoge los pies, pone la mano bajo la cabeza y quédase reflexionando: «¡Cuidado con los nervios!... Yo, hombre culto, instruído, y tengo miedo... miedo como un niño... ¡Qué vergüenza!...»

Poquito a poco, oyendo la respiración monótona de Rosalía Carlovna, tranquilízase completamente...

A las seis de la mañana, la señora Vaksin, de vuelta de su peregrinación, entra en el dormitorio y, no encontrando allí a su marido, va al cuarto de la alemana a pedirle dinero suelto para pagar el coche. Al entrar ve el siguiente cuadro: Rosalía Carlovna, sofocada de calor, duerme en su cama, y a un metro de ella, acurrucado en el baúl, su marido ronca dulcemente. Está descalzo y en paños menores. Qué hizo la mujer y cuál fué la cara del marido al despertarse, que lo describan otros. Estoy agotado y entrego las armas.