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Página:Historia de una anguila y otras historias.djvu/56

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ANTÓN P. CHEJOV

con más frecuencia. Además, da gusto; se siente uno en sociedad, en vez de dedicarnos al chismorreo y a las querellas. ¿No le parece justo lo que digo?

—¿Por quién vamos a empezar?—pregunta el diputado comercial volviéndose hacia el médico y hablando con un aire de verdugo escogiendo su víctima—. ¿No le parece conveniente ir primeramente a la tienda de Ocheinikef? Es un bribón..., y además es hora que le llamemos al orden. El otro día me trajeron de su tienda sémola que estaba llena de... ustedes dispensarán, de inmundicias de ratones... Mi esposa no se atrevió a comerla.

—¿Por qué no? Si quiere usted ir a la tienda de Ocheinikef, que sea así—replica el médico con indiferencia.

Los señores de la comisión entran en la tienda de «te, café, azúcar y otros comestibles, de A. M. Ocheinikef», y, sin gastar más palabras, empiezan la inspección.

—¡Muy bien!—dice el médico, contemplando las hermosas pirámides de jabón—. ¡Qué torres Eiffel has construído! ¡Mirad qué inventos! ¡Hum!..., pero ¿qué significa esto? Miren ustedes, señores. ¡Demian Gavrilovitch corta el jabón y el pan con el mismo cuchillo!

—¡Esto no traerá el cólera!—interviene el dueño de la tienda.

—¡Tienes razón; pero es asqueroso!... ¡Yo también te compro el pan!

No se incomode usted. Para los clientes de