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ANTÓN P. CHEJOV

Todo aquí es tranquilo, todo respira paz. Hasta hay quien se interesa por sus pájaros y sus tarántulas.

El Sabio mira el reloj y coge un libro.

—¿Así, pues, me dará usted las obras de Gogol?—dice Iván Matveievitch disponiéndose a marchar.

—Sí, se las daré; mas no tenga usted prisa, hombre; cuénteme usted algo.

Iván Matveievitch vuélvese a sentar. Una sonrisa ilumina su cara. Casi todas las veladas las pasa en el gabinete del Sabio. En la voz y en la mirada del último hay tanta amabilidad y bondad, que a veces Iván Matveivitch imagínase que el Sabio tiene una verdadera afición por él y que si le riñe por llegar tarde es porque se aburre al no escuchar sus habladurías y los relatos de su vida en las márgenes del Don.