VI.
Los estrenos del ardoroso misionero en su nueva carrera de predicador i de soldado fueron dignos de una noble vida.
No hacia muchos meses que residia en su mision, enseñando la doctrina a los bárbaros vecinos, llamados falsamente "indios amigos," i dando a los soldados ejemplo de la continencia i del deber, cuando una tarde, hacia el 21 de enero de 1630, presentóse a dos leguas de Arauco i en el pequeño llano que se llama todavía de Piculhüe el atrevido i macizo Putapichion a la cabeza de un campo de indios, cuyo número hacen subir algunos cronistas a siete mil lanzas.
El jeneral en jefe del ejército de las Fronteras, cuyo alto destino era conocido en la milicia colonial con el nombre de maestre de campo jeneral, residia en esa coyuntura en Arauco i éralo el valeroso caballero don Alonso de Córdova, abuelo del historiador. I aunque habia recibido órdenes terminantes del gobernador recien llegado al reino, don Francisco Lazo de la Vega, para mantenerse quieto, no fué aquel impetuoso capitan dueño de sí mismo cuando llegó a su noticia el reto i la osadía del toqui araucano. Hizo salir en consecuencia el dia 22 o 23 de febrero una compañía de caballería al mando del capitan Juan de Morales, con órden terminante sin embargo de no pasar mas allá de una angostura de cerros que se llama de "Don Garcia" (por el de Mendoza), a cortísima distancia del fortin de Arauco i a la entrada del llano de Piculhüe.
Pero asi como el maestre de campo no obedeció al gobernador, el capitan Juan de Morales se excedió en su comision, i se internó imprudentemente mas allá del seguro i bien defendido desfiladero para verse envuelto con su puñado de jinetes en un verdadero torbellino de bárbaros aguerridos. Noticioso Córdova de este peligro, salió apresuradamente al campo con todo el tercio que guaraecia a Arauco, pasó a su vez el desfiladero de "Don Garcia" i presentó temeraria pero jenerosa batalla a los indios, diez veces mas numerosos, para salvar su comprometida vanguardia. En la tropa de Arauco iba Rosales, mas como voluntario i como cruzado que como capellan castrense, cuyo era otro sacerdote.
El valeroso Córdova no tardó en ser envuelto i derrotado, perdiendo su caballo i quedando mal herido, al paso que murieron sus mas valientes capitanes, i entre otros el famoso Jines de Lillo, que habia medido todo el reino como agrimensor i perito.
Cuando el padre Rosales se retiraba con la rota columna de los cristianos hácia la estrechura que dejamos mencionada, alcanzóle un indio, i sujetándole el cansado caballo por la brida, iba a matarle, cuando se interpuso un mestizo que militaba en el campo enemigo i al cual el misionero habia salvado de la horca hacia poco en Arauco, reo por alguna fechoría.
No obstante el riesgo inminente de su vida, el capellan de los castellanos cumplió hasta el último momento su deber, confesando a los heridos i auxiliando a los moribundos, si bien puesto al abrigo de espesos matorrales, donde milagrosamente escapó