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nocimiento de cada persona notable, y por consiguiente el sentido de los sucesos en que ha influído, de tantas particularidades, no debe despreciarse ninguna; y el historiador se halla en la obligación imprescindible de averiguarlos entre los contemporaneos, antes que desaparezcan con ellos».

La biliografía de la historia nacional señala un material tan rico y numeroso que, según don Diego Barros Arana, sólo es excedido por México entre las repúblicas de la América Latina.

No obstante, la biografía, que alguien ha llamado el compendio de la historia, y la cronolojía contemporánea, sólo últimamente ha tomado desarrollo, gracias al esfuerzo perseverante de distinguidos escritores que han vencido tenaces resistencias.

En sus «Estudios sobre la Historia Contemporánea», don Valentín Letelier, reconoce que para escribir la historia de nuestro dias, hay que salvar grandes obstáculos materiales y vences obstinadas rémoras morales, tanto más cuanto que aun hay muchos afiliados á la vetusta escuela llamada clásica que sólo busca en el pasado el patrimonio «de la ciencia, del heroismo, de la virtud, de la santidad y la grandeza humana, negando que del estudio de los últimos tiempos, se pueda inferir lecciones útiles para la conducta de la vida. Por una ilusión de óptica, aquella escuela ve agrandada la estatura moral de los personajes antiguos; y, por el contrario, al observar el egoísmo, las miras menguadas, el espíritu estrecho de los contemporáneos, cree que la humanidad decae y que ya no hay hombres dignos de ocupar lugares en el templo de la historia, creyendo que después de Troya no ha habido defensores heróicos, que después de Jerjes no ha habido luchas gloriosas por la independencia nacional, y que después de César no ha habido grandes capitanes. Los grandes pensadores,para ellos, se acabaron con San Agustin y Santo Tomás, y San Juan de Dios y San Vicente de Paul fueron los últimos corazones que amaron al prójimo. En nuestro siglo sólo hay pequeñez, miseria, egoismo, bajeza, vicios y cobardía».

Por fortuna estar preocupaciones van quedando rezagadas ante el verdadero valor que ha conquistado la historia contemporanea.

Para dar colorido y carácter á un cuadro histórico, antiguo ó moderno, no debe irse á la fuente de investigaciones sin llevar la verdad por norte, para no caer, como Icaro, con las alas derretidas por el sol. La tinta indeleble de la justicia es la que deben usar los críticos contemporáneos que no comenten el pecado, como dice Shopenhauer, de no saber perdonar a los jenios ó á los hombres superiores tan sublime delito, ó que caen