En la Sala Dieulafoy, en que se custodia el friso de los arqueros, en la vitrina colocada delante de la ventana central de la izquierda, existen ejemplares de vasos grandes y pequeños de fabricación persa; vidriados unos de verde, y otros de blanco, y en el mismo lugar hállase un fragmento de baño esmaltado de verde. Una circunstancia apuntaremos, digna de tenerse en cuenta, que observamos en el examen que hicimos de estos ejemplares ceramicos: los efectos producidos por la descomposición de los vidrios á causa del transcurso de los siglos, ofrecen entera semejanza con los que se notan en la vasijería hispano-sarracena, y en vista de tales analogías, ocúrresenos pensar que las materias minerales empleadas en los vidrios persas, fueron las mismas que más tarde aparecen en nuestra alfarería.
Siglos antes que el arte griego hubiese comenzado á manifestarse con las singularísimas cualidades que mas tarde lo distinguieron, las civilizaciones orientales gozaban de un sorprendente grado de cultura, el cual reflejábase, no sólo en las Bellas Artes, sino en las industrias artísticas, auxiliares y complementarías de aquéllas.
Cuando las toscas manos de los alfareros de Hissarlik y las de los de Santorín, de Cnosos y de Yalisos,de Micenas y de Spata, algo más perfeccionados que aquéllos, producían rutinarios objetos, en los cuales, los sencillos adornos recordaban, inocentemente, las formas de animales y de vegetales ó de simples y repetidos lineamientos geométricos, eran ya verdaderos emporios de adelanto artístico industrial, las grandiosas ciudades edificadas en las llanuras de Menfis y en las orillas del Nilo, del Tigris y del Eufrates, irradiando sus vivos resplandores de civilización, sobre el suelo de la Hélada; muy especialmente, á partir de la XXVI dinastía, en la cual, por vez primera, el Egipto abrió sus puertas á los navios de Mileto, de Rodas, de Samos y de Focia y hasta sus
--- liantes colores que daban á la tierra cocida los óxidos metálicos disueltos en un líquido vidrioso. Los amarillos de hierro, los obscuros de manganeso, los azules de cobre y de cobalto alegraban las miradas de Sardanápalo y de Nabucodonosor. Deck La Faíence, pág. 18.