dre, del cual se había declarado tributario el rey Alhamar de Granada, y en el reino de Sevilla con sus estados limítrofes, muchas importantes villas, fortalezas y castillos hallábanse en poder de los cristianos. Parecía pues, llegado el momento oportuno de que se decidiese de una vez el imperio de Andalucía, y con efecto, á 23 de Noviembre de 1248, Fernando III, posesionábase de esta Ciudad, que era considerada como una de las más nobles del mundo y cuya pérdida para el islam lloró la musa árabe en muy sentidas estrofas.
Convienen la mayor parte de los historiadores en que el Rey Santo dejó en libertad á los moros sevillanos, bien para permanecer en ella, bien para ausentarse. Algunos de aquéllos consignan que fueron innumerables los que abandonaron la ciudad, mientras que otros estiman que no debieron ser en tan gran número; y si lo fueron, no tardaron en volver á ella. Más nos inclinamos á sustentar esta segunda opinión, fundándonos, precisamente, en el gran desenvolvimiento que alcanzaron las artes industriales sevillanas; en los caracteres que revelan durante los reinados posteriores, en las muchas obras que se realizaban, especialmente de templos y monasterios, las cuales, como siempre ha ocurrido, atraerían á la ciudad á artistas y artífices, que siempre acuden donde encuentran medios para vivir. Este concepto parécenos verlo confirmado en la anécdota que se lee en la Crónrca de San Fernando, cuando el truhán Pajas mostró al rey desde la Giralda la despoblación de la ciudad. Dedúcese de dicho relato, que, con efecto, en los primeros días de la reconquista, muchos de los vecinos moros la habían abandonado permaneciendo en el Aljarafe, tal vez, para estar á la mira de lo que ocurriera, pero, pensamos en que no tardarían mucho en regresar á sus hogares, especialmente, aquellos que vivían del trabajo manual, si se considera la protección dispensada por D. Alonso el Sabio á los musulmanes, como lo atestiguan las relaciones científicas que con ellos le vemos sostener, el hecho de haber establecido en Sevilla escuelas generales de latín y arábigo, y la singular cultura de aquel monarca, causas todas que contribuyeron al fomento de las artes y de las ciencias y á que unidos, cada vez, más estrechamente, los cristianos