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EDGAR POE.

¡Cuán inútiles son las precauciones mejor calculadas, y la vigilancia más previsora para contrarrestar la voluntad del destino! ¡Nada es bastante para evitarlas agonías de una inhumacion prematura, al desgraciado que se halle condenado por los hados á esperimentarla!

Un dia, como otras muchas veces me habia ya sucedido, sentíame renacer (por decirlo así), gradualmente, á una vaga percepcion de la vida; y con lentitud, muy lentamente, miraba dibujarse la aurora apagada y tibia del dia físico. Inquieta pesadez, apática indiferencia, sensacion de molestia indeterminada, carencia absoluta de cuidados, de esperanzas, ni de esfuerzos; más tarde, y pasado un intérvalo largo, ruidos en los tímpanos; y tras un espacio de tiempo más grande aun, picazon y hormigueo en las estremidades; luego un período al parecer eterno de quietud profunda, en que despertando el pensamiento trabaja con ahinco para ordenar las ideas; después una recaida en el anonadamiento, y por fin la vuelta á la vida que se manifiesta con una conmocion apenas perceptible en los párpados. Al propio tiempo, rápida como un choque eléctrico, una sensacion de intenso terror agólpala sangre toda al corazon. La imaginacion intenta entonces su esfuerzo primero, pide auxilio á la memoria, y solo lo obtiene de un modo incompleto y muy parcial. Sin embargo, mi memoria se ha despertado lo bastante para que se me alcance un tanto de la verdad de mi posicion.