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HISTORIAS ESTRAORDINARIAS

Conozco que no despierto de mi sueño ordinario y recuerdo que padezco crisis catalépticas. Finalmente, como con la irrupcion súbita de un occéano, hiélaseme el alma al pensar en el horroroso peligro que corro.

Durante algunos minutos permanezco inmóvil como una estátua, no atreviéndome á tentar el menor esfuerzo que pueda patentizarme la verdad... Y sin embargo, siento en el corazon una voz que me dice: ¡Has sufrido tu suerte! La desesperacion (tal cual no existen palabras que la pinten), me obliga al fin tras un número infinito de resoluciones, á levantar los entorpecidos párpados. Abro los ojos: la oscuridad me rodea; oscuridad absoluta, y siento que aquellas tinieblas son las de una noche sin fin. Quiero gritar; remuevo convulsivamente los lábios y la lengua desecados, pero en vano. No puedo arrancar sonido alguno del pecho, que se me figura tenerlo bajo la presion de una montaña. Cada vez que con el mayor esfuerzo lo levanto al aspirar, padezco una agonía indescriptible.

La inutilidad de mis tentativas para gritar indica que me han atado la mandíbula inferior, como suele hacerse con los muertos. Reparo al mismo tiempo que me hallo tendido sobre una materia dura que por todos lados me oprime el cuerpo. Hasta aquel instante no me habia atrevido á hacer el menor movimiento; pero al fin tiendo violentamente los brazos que tenía cruzados sobre el pecho, y tropiezo con una ta-