Todos los que no habian visto á Poe desde el tiempo de su oscuridad corrieron en tropel á contemplar á su ilustre compatriota. Apareció, bello, elegante, correcto como el génio. Yo creo que desde hacía algun tiempo había llevado su con descendencia hasta hacerse admitir en una sociedad de la templanza. La buena acogida que se le hizo innundó de alegría su pobre corazon hasta el punto de pensar en establecerse definiti- vamente en Richmond y acabar su vida en los lugares que su infancia le había hecho tan que- ridos.
Sin embargo, tenía un negocio en New-Yok, y partió el 4 de Octubre quejándose de temblo- res y desfallecimiento. Sintiéndose siempre mal llegó á Baltimore la tarde del 6, hizo llevar su equipage al embarcadero de donde debía par- tir á Philadelphia y entró en una taberna para tomar allí un escitante. Allí, desgraciadamente, encontró antiguos conocimientos, y se marchó tarde á su casa.
A la mañana siguiente, á la pálida luz del indeciso amanecer, se encontró un cadáver sobre la via pública. ¿Era un cadáver? no, un cuerpo vivo todavía, pero á quien la muerte había se- llado con todos sus horrores. Sobre este cuer- po, cuyo nombre se ignoraba, no se hallaron ni papeles, ni dinero y fué conducido á un hospi- tal. Allí murió Poe, la tarde del domingo 7 de Octubre de 1849, á la edad de 37 años, ano- nadado por el delirium tremens, este terrible