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EDGAR POE.

— Precisamente, dije.

— ¿Mil libras? dijo.

— Justas y cabales, contesté.

— Las tendréis respondió; ¡vaya un cacho enorme!!

Me entregó un billete y sacó una copia de mis narices. Alquilé un cuarto en Jermyn-Street, y dediqué á Su Magestad la noventa y nueve edicion de mi Nasologia, con el retrato de mi trompa.

El Príncipe de Gales, ese tunantuelo libertino, me convidó á comer.

Éramos todos notabilidades y gentes del mejor tono.

Allí estaba un neoplatoniano que citó á Porphiro, Jamblique, Platino, Proclus, Hierocles, Máximo de Tur y Syrianus. Un profesor de perfectibilidad humana, que citó á Turgot, Price, Priestley, Condorcet, de Stael y Ambitius Student in Yll Health.

Sir Positivo Paradoja, me dijo que todos los locos eran filósofos, y que todos los filósofos eran locos.

Sir Teólogo Teología me charló sobre Eusebio y Arrio; sobre la heregía y el concilio de Nicea, sobre el Puseismo; y el Consustancialismo; sobre Homoousios y Homoiosios.

Sir Guisado que habló de la lengua á la escarlata de las coles á la salsa velouteé, de la vaca á la sainte Menchould, del escabeche á la San Florentino y los sorbetes de naranja en mosáico.