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HISTORIAS ESTRAORDINARIAS

corté la cuerda única que la sugetaba á la tierra, y lleno de gozo observé que me elevaba con rapidez inconcebible, soportando el globo sus ciento setenta y cinco libras de lastre de plomo, tan perfectamente, que tuve la persuasion de que hubiese aguantado doble peso. Cuando dejé la tierra, señalaba el barómetro treinta pulgadas, y el termómetro centígrado diez y nueve grados.

Habría subido ya como unas cincuenta yardas, cuando una tromba de fuego, piedras, madera y metales inflamados, revuelto todo con miembros humanos destrozados, me alcanzó con un rugido espantoso, dejándome tan sobrecojido, que me arrojé temblando de miedo en el fondo de la barquilla. Comprendí entonces cuan espantosamente había cargado la mina y que aun me restaba sufrir las principales consecuencias de la sacudida. Con efecto, no había trascurrido un segundo, cuando toda la sangre se agolpó en mis sienes, y súbita inmediata é inopinada, una conmocion, que jamás se borrará de mi memoria, estalló en medio de la oscuridad, como si se rasgase en dos pedazos el firmamento mismo.

Más tarde y cuando ya pude reflexionar, no dejé de explicarme la causa de la estremada violencia de la esplosion, qne no era otra sino la de que yo me hallaba situado en la vertical que pasaba por la mina, y de consiguiente en la línea en que su accion debía de ser más po- đerosa. Como es de suponer, en tal momento