ba una tinta azul más y más fuerte. A una gran distancia al este, percibíanse las islas británicas, las costas occidentales de Francia y España y una corta estension de la parte septentrional del continente africano. No era dable percibir rastro ni indicio de las construcciones y las ciudades más soberbias y orgullosas de la humanidad, que aparecian borradas por completo de la haz de la tierra.
Una de las cosas que me admiraron más particularmente entre las que tenía debajo, fué la aparente concavidad de la superficie del globo, pues neciamente creí que su convexidad real seria más apreciable y se mostraría más distintamente á proporcion que me elevara; pero me bastaron algunos momentos de reflexion para esplicarme aquella contradiccion. La parte de la vertical que pasaba por mí, comprendida entre el globo y la tierra, ó la altura de aquel sobre esta, formaba el cateto ó lado menor de un triángulo rectángulo, del cual el otro cateto era la horizontal, siendo la hipotenusa mi visual al limite del horizonte; y como la elevacion mia era una cantidad despreciable ó muy corta, comparada con la estension abarcada por mi vista, ó en otros términos, como la base y la hipotenusa del triángulo supuesto, eran tan estensas comparadas con la altura, se podrian mirar 6 considerar como paralelas. Por tal motivo, el horizonte del aereonauta aparece siempre como de nivel con su barquilla, y como el punto de la