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EDGAR POE.

había pasado por delante de él, envolviendo con su sombra negra á su víctima. La influencia de aquella sombra fúnebre era la que le hacía adivinar, aunque nada habia visto ni oido, la presencia de mi cabeza en su habitacion.

Despues de esperar largo tiempo, y con gran paciencia, sin oir que volviera á acostarse, me resolví á entreabrir un poco la linterna, pero tan poco, tan poco, que no podía ser menos. Abríla, pues, ¡tan suavemente! ¡tan suavemente! que fuera imposible imaginarlo, hasta que al fin un rayo de luz, pálido como un hilo de araña penetró por la abertura y fuá á dar en el ojo de buitre.

Estaba abierto, abierto del todo, y yo apeñas le miré, me encendí en cólera. Le vi clara y distintamente todo entero, de un azul empañado, y cubierto de una tela horrible, que me heló hasta la médula de los huesos; pero no pude ver ni la cara ni el cuerpo del viejo, porque había dirigido el rayo, como por instinto, precisamente al sitio maldito.

Ahora bien: ¿no os dije que lo que tomáis por locura no es más que un refinamiento de los sentidos? Pues bien, lié aquí que oí un ruido sordo, apagado y frecuente, semejante al que haría un reló envuelto en algodón y lo reconocí perfectamente: era el latido del corazon viejo. Con él creció mi furor, como el coraje del soldado se exaspera con el redoble de los tambores.