voz. El ruido seguía, sin embargo, en aumento, ¿y qué podía yo hacer? Era un ruido sordo, apagado, frecuente, semejante al que haría un reló envuelto en algodon. Yo respiraba trabajosamente; los agentes no oían nada todavía. Aceleró aun más la conversacion y hablé con mayor vehemencia; pero el ruido crecía sin cesar. Levantóme y disputó sobre futilezas en alta voz y con una gesticulacion violenta; pero el ruido crecía, crecía cada vez más. ¿Por qué no querían irse? Yo medí el entarimado, á grandes y ruidosos pasos, como exasperado por las observaciones que los agentes me hacían; pero el ruido crecía, crecía por grados. ¡Oh Dios! ¿qué podía yo hacer? Rabié, pateé y juré, arrastré mi silla y la hice resonar sobre el entarimado; pero el ruido lo dominaba todo y crecía indefinidamente. ¡Más fuerte, más fuerte! Siempre más fuerte!! Y los hombres continuaban hablando, y bromeando y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Dios todopoderoso! no! no! ellos oian! ¡Sabian, se burlaban de mi espanto! lo creí entónces y todavía lo creo. Cualquier cosa hubiera sido más tolerable que esta burla. Yo no podía soportar por más tiempo aquellas hipócritas sonrisas, y entretanto el ruido, ¿lo oís? escuchad, más alto! más alto! siempre más alto! Siempre más alto!
— ¡Miserables! grité, ¡No disimuléis más tiempo! yo lo confieso! Arrancad esas tablas! Ahí está! Ahí está! Ese es el latido de su horrible corazon.